lunes, 19 de enero de 2015

Vetado

Cuando el mar arremete contra la tierra, su estruendo estremece a cualquier hombre... A pesar de ello, posee la misma delicadeza que la más dulce dama que pudiera existir.

Una muchacha descansaba bajo la imponente figura de un árbol. Atada, semidesnuda, apenas podía articular palabra alguna.
Varios moratones florecían a través de su piel blanca. Las lágrimas que antes recorrían su rostro ya se marchitaron bajo la tierra sobre la que descansaba. 

Una sombra sostenía un estoque frente a la chica. De él emanaba un aire gélido.


Una melena oscura flotaba junto con la sombra. Esta alzó el arma para terminar la tarea que hacia mucho había comenzado.


Y así habría sido.


De no ser por la presencia de aquel ser.


Surgiendo del mismo tono que la sombra un ente de cuatro patas surgió tras el árbol que sostenía todavía la figura de la muchacha.

Unos ojos pálidos entrevieron furia y fuerza en el ente.
Una gran melena negra cubría el cuerpo del ser, su cuerpo mostraba una entereza que muchos ejércitos matarían por conseguir.
Un alarido se liberó de su boca, unos dientes como espadas asomaron de ella, mientras que con cada pasa que daba hacia la sombra, unas garras como el azabache desgarraban la tierra sin reparo.

Un rugido brotó del interior de la criatura, la sombra se estremeció, pero no sin antes soltar una risa.

"¿Qué te hace pensar que esta vez podrás salvarla?" - dijo la sombra. El ente volvió a rugir.

"Ya estoy harta de tus rugidos. No puedes hacer nada, ya la dejaste morir, la negaste. Yo tan solo tuve que recoger los pedazos de ese pobre juguete roto. Ahora, me pertenece." - continuó mientras alzaba el estoque helado hacia el león negro - "Al igual que tu corazón, hijo del vacío."

El león se abalanzó sobre la sombra con un fuerte rugido. Esta trató de esquivarlo como pudo y rodó hacia un lado. El león volvió a lanzarse contra la sombra con fiereza, pero esta lo derribó hacia un lado con un envite de su estoque y calló herido. Al tratar de volver a incorporarse, la herida comenzó a congelarse, inmovilizando poco a poco al león.

Riendo, la sombra se incorporó.

"Tanta fuerza desperdiciada... Me decepcionas." - decía mientras caminaba hacia la muchacha atada todavía. "Si de verdad crees que puedes salvarla, es que has pasado demasiado tiempo siendo un necio"

Tras esas palabras la sombra se abalanzó con su estoque en alto contra la chica magullada.




Y acertó. Una sangre cálida brotó del cuerpo. Roja como las rosas, se deslizaba por el cuerpo de la muchacha, mientras esta yacía todavía viva sobre el lecho de aquel árbol que velaba por ella.
Un alarido de dolor brotó del león con el estoque todavía atravesado.


Su piel negra comenzó a desvanecerse por otra blanca. Su cuerpo se transformaba poco a poco en otro ser. En un humano.
Arma todavía atravesando su corazón, la herida helaba el cuerpo de ese hombre que dejó de ser león y se volvió vulnerable ante el exterior. Sin articular palabra, sus ojos se cerraron y su cabeza bajó la mirada hacia el suelo.

Su sangre, se deslizaba por el hielo...






"Nunca te perteneció." - susurró una voz. La muchacha fue quien habló.

"¿Cómo dices?" - dijo la sombra - "Él siempre fue mio desde el momento en que rozó mi piel. La lujuria reclama todo lo que desea. Y él fue la presa, el león fue domado." - continuó entre risas la sombra todavía sosteniendo el estoque atravesado.

"No. Él jamás te perteneció. Ni él..." -

"Ni mi corazón." - interrumpió una voz fuerte. El estoque tembló y una mano lo tomó del filo. A pesar de la grave herida, aquel hombre todavía podía mantenerse en pie, y vivir.

La sangre que recorría el arma comenzó a evaporarla, de manera que tan solo quedó un mango, mientras su dueña lo observaba perpleja y con rabia.

"Tu.... Tu no puedes detener a la lujuria. Estoy en cada uno de vosotros, cada hombre y mujer me pertenece. Soy vuestros deseos más oscuros, vuestras pasiones prohibidas más ocultas. ! NO PODÉIS NEGARME ¡ - vociferó la sombra cada vez más furiosa.

"Es posible que tu seas la lujuria que domina a todos los hombres. Pero del mismo modo, nadie me domará jamás. Ni tus patéticas pasiones, ni tu remilgado Dios."

"Yo soy el único que podrá domarse así mismo cada día. Eso es lo que realmente me diferencia del resto de hombres a los que tu domas."

"Yo no voy a rendirme ante ti. Yo voy a regir mis pasiones, no tu."
"Y del día a la noche, te disolverás en la misma nada de la que yo provengo, Lilith."



Y tal como apareció, la lujuria se disolvió en la nada. 

martes, 27 de mayo de 2014

Alza

Cayó estrepitosamente. El sonido se hizo hueco. Motas blancas guiaban la estela por la que había aparecido aquella criatura. Disipé un par de ropajes desgarrados, una melena rubia ensangrentada, una tersa piel ciertamente páliducha y lo único normal de aquel ser: dos pares de grandes alas apagadas.

El repiqueteo de gotas acuosas se avecinaba, pero  ni el silencio quiso darle el placer del sonido.
Trató de ponerse en pie un par de veces, pero solo conseguía caer una y otra vez.
No estaba lejos, tan solo a 10 o 15 pasos de mi. Sin embargo, las cadenas me retenían contra aquel lugar. 
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que un rostro nuevo deleitaba mi visión... Y así quería que siguiera siendo. Por otra parte, también había pasado demasiado desde la última vez que veía a otro de esos seres.

Arrastré las cadenas tanto como pude. No quería saber quién era, que hacía o lo que le había ocurrido. Tan solo quería que se marchase, que regresase con los suyos antes de que desaparecieran, como otros lo hicieron. Las cadenas tiraban de mi con fuerza, negandome la posibilidad de echar del lugar a aquella muchacha caída. Pero no me iba a detener. Debía mandarla lejos de aquí.
Llegué a su vera. Las alas habían sufrido muchos cortes. No era su piel lo que sangraba, sino su plumaje. Estaba llorando sangre. Ella no lloraba, lo hacía su fiereza.

No sobreviviría mucho más. Las heridas eran profundas, y el aliento se desvanecía. Algo me llamaba, al igual que aquella vez. Rocé su mano para comprobar si su corazón todavía latía. Fue entonces cuando las visiones se sucedieron.
La muchacha estaba con una humana en una pradera, ambas reían y disfrutaban del día y la noche. Corrían entre los campos de trigo, se ayudaban la una a la otra cuando las perseguían por sus sentimientos. Se amaban. No conseguía dislumbrar el rostro de la humana, pero poco después lo descubrí. La visión terminó con un incendio. La chica caída sostenía entre sus brazos el cuerpo de su querida en medio de un establo ardiendo. Se lanzó contra una de las paredes de madera más debiles. Salieron ilesas del lugar, justo antes de que se desplomase. Corrío hacia la vera de un río cercano y dejo descansar a la chica. Trató de hacerla reaccionar, el humo la había hecho desmayarse y no volvió a abrir los ojos desde entonces. Entonces su rostro se iluminó y pude ver con claridad como la vida dio un vuelco sobre todo el universo y su compañero interminable, el vacío.

Mientras ella le recitó su nombre antes de volverse  aire, mi cuerpo tembló. Aquella humana, carente de sentido alguno era idéntica a Nea. Justo antes de regresar, una silueta corrió a través de los arboles que las rodeaban, pero aquella esencia que dejo atrás la recordaba. Al parecer, esa lacra todavía seguía con vida. ¿Quién era aquella caída? ¿Por qué volvió a remover a la inexistencia? Tenía que encontrar más respuestas. No le quedaba mucho tiempo, sus alas casi se habían vuelto carmesíes. Si quería que sobreviviese, debía unirla a lo único que quedaba vivo.

Tomé sus manos y las uní a las mías. La poca alma que descansaba sobre mi, la separé en pequeñas muescas que repararon las heridas de sus alas, limpiaron la sangre que lloraba y unieron al Vacío con la existencia.
Me tambaleé y las cadenas tensas me devolvieron con fuerza contra la pared de aquel pozo negro. Estaba débil, casi no me quedaban fuerzas. Aquel lugar te debilitaba poco a poco, tiraba la vida de ti, y la desvanecía para si. Pero había dado resultado, el cuerpo de aquella chica reaccionaba. Se puso poco a poco en pie. Era bella, no había visto a nadie igual, sus ropajes todavía desgarrados mostraban un cuerpo fino, casi como el cristal. En pie, miró a su alrededor, buscaba algo con la mirada, tocó sus alas, se extrañó de que estuvieran curadas, o al menos su rostro así lo decía por ella. Entonces se fijó en mi presencia. Y vociferó.

-¿Por...qué? ¿Por qué? !¿Por qué?¡ Dime, ¿por qué lo has hecho? ¿Por qué me has condenado a seguir viviendo?- No me extrañé de como había reaccionado. Las visiones de antes no eran de hace mucho tiempo, sino de tan solo varios meses.

<<Vosotros sois todos iguales, creéis que todo lo que está vivo es vuestro. Que lo podéis domar, que lo podéis poseer. Que lo podéis destruir tal y como os parezca. Que sois dueños incluso de las vidas de los demás. No tenéis ni la menor idea -mientras hablaba, alzó una espada con el filo rojo que colgaba poco antes de su cintura- de a quién habéis matado. !!Ni siquiera sabrías cual era su nombre¡¡>>

Se acercó rápidamente hacia mi, y apretó el filo de su espada contra mi cuello. Un par de gotas de sangre bordearon la espada y se deslizaron poco a poco hasta la punta. Vi su rostro, esta vez era ella la que lloraba, y su fuerza era la que estallaba de rabia.

-Su nombre... Ella se llamaba Nadia, ¿cierto?-
Un temblor sacudió el arma, su rostro se calmó, pero sus lagrimas brotaron con mayor fuerza. Aquel era el nombre que las visiones me habían mostrado poco antes. Y el nombrarla, era motivo suficiente para que me hubiera cortado el cuello allí mismo. Sin emgargo, su mano tembló. El mero hecho de recordarla la hacía desrrumbarse por completo, pensando en que ella no volvería a estar jamás cerca de si.

-Si vas a matarme, hazlo. No te negaré que me aniquiles por haberte condenado a tu sufrimiento en vida. Pero te diré algo que sabes muy bien...-

Me puse en pie, todavía con el filo sobre mi cuello. La chica se echó hacia atrás sosteniendo la espada.

Los humanos no se desvanecen a su antojo. Y su esencia tampoco desprende azufre.


Y así, el comienzo nació con un suspiro. 

miércoles, 23 de abril de 2014

El juicio

Una venda me cubría los ojos. Oscura, era lógico, no me permitía observar nada a mi alrededor. Oía voces, unas reverberando sobre otras. El espacio parecía compactado, el sonido era claro, y cada vez aumentaba más su fuerza, de modo que debía de hallare en una sala cerrada, no más grande de 50 metros cuadrados de superficie.
Estaba sentado sobre una superficie plana. Un par de golpecillos me dieron la respuesta: madera. Con estos datos podría determinar donde me hallaba.

No podría ser una iglesia, el espacio era reducido, y la gente no suele hablar de forma tan alta como yo escuchaba.
Tampoco podía tratarse de una comisaría, demasiada gente para una sola sala.
Pude descartar miles de opciones y todavía me quedaban muchas más que revisar.

Noté que mis manos estaban libres, de modo que la curiosidad me pudo.

Las alcé y con cuidado, deshice el vendaje que ocultaba mis ojos.
Para colmo, di con la opción más inesperada.


Una sala infinita como el horizonte se alejaba hasta dejar de verse. Estrados de jueces ocupaban cada rincón que mi mirada alcanzaba, y unos singulares seres ocupaban asientos frente a los estrados, absortos, susurrando entre ellos, pero en todo momento con sus ojos clavados en mi.

Para mi sorpresa, la venda que me dejaba ciego era blanquecina como la nieve.


Una voz aguda gritó a lo lejos: -Es un endeble, no sirve para nada mas que para atormentar.

Otra, más grave, gruñó a mi espalda: -¿Crees que podrías discernir entre lo que la realidad quiere y lo que tu realidad precisa?

De nuevo, la aguda voz, desde otra posición volvió a gritar:
-Deberías volver al seno que aquella mujer te dio. ¿Qué otra cosa podría ocurrirte? ¿Encadenarte de nuevo? Ya has estado encadenado muchas otras veces. ¿Que hay de malo en volver a estarlo? 

La voz grave, pero en mi nuca, susurraba esta vez: -El idiota vio a su hermana morir, justo en sus brazos. Señoras y señores, ¡él fue quién la mató! Por el penoso hecho de que ella era una debilucha, y se vio arrastrada hacia su posesión por aquél demonio. Y este plebeyo que ahora vaga como un muerto sin vida por nuestros lares, ha caído en nuestro Círculo, dejando entrever en sus ojos lo que hizo hace demasiado tiempo atrás. Matar a su propia hermana, porque no tuvo la fuerza de devolverla a su estado real. 






¿Debí haberme quitado aquella venda? Aquellas criaturas eran como espinas cada vez que hablaban. Sus palabras punzaban mis recuerdos: la muerte de Nea, sus lágrimas suplicándome que lo hiciera, mis manos manchadas de mi propia sangre mientras ella se acercaba a mi con aquella arma y su rostro, tornándose pálido, mientras aquellas marcas negras que le rodeaban el cuerpo se desvanecían, así como su último aliento decía: Gracias.

Levanté mi pesado cuerpo. Aquellos recuerdos siempre me habían mantenido en vilo cada noche, desde que ocurrió e incluso, después de que Aldia me encontrase.

¿Iba a permitir que un puñado de monstruos trajeados, dijeran lo que les parecía, tratando de sumirme en el sufrimiento más penoso que ellos podían crearme?

Alcé mi voz:

-No maté a mi hermana. Salvé a la única de mi especie que quedaba con las fuerzas suficientes para pedirme que la liberase. No maté a un demonio, ella lo hizo por mi. Ella tuvo la fuerza de hacer que yo la liberase. Y lo consiguió.

<<Pero yo hice algo más. Algo mucho más fuerte que lo que ella hizo incluso en su estado. Cerré el mismo mundo que esos parásitos trataron de arrebatar a mi gente. Y continué vivo. Viví, siendo el último de los míos. Creé el propio Vacío, y nadie puede ordenarme nada.


Los muros de la sala temblaron y aquellos seres comenzaron a chillar como locos. Miré fijamente a la venda que aun tenía en mis manos. La volví a posar sobre mis ojos.



Y el sonido cesó. Por completo.


Abrí los ojos, me hallaba delante de un muro. Había regresado a la realidad. Estaba a punto de ser ejecutado por un grupo de nazis, junto con otros presos, seguramente judíos.

La ironía de aquella situación era que no estábamos a principios del siglo XX. Sino en pleno año 2014.


El sobrenombre que los ejecutores llevaban reconfortaban a las masas. Se llamaban, políticos.



Suerte para mi que aquél día no me iba a despedir aun de la vida.
Para ellos, no tendrían que haber abierto los ojos esa mañana.


Enfrentarse al pueblo traer consecuencias.



Enfrentarse a un solo espíritu libre, supone la derrota a manos de su poder.


La sentencia la dicta el fuerte, no el líder.

martes, 4 de marzo de 2014

Día seis mil quinientos setenta y cuatro...

Caminaba por el bazar. El mediodía estaba en alza. Las gentes de la ciudad en la que me encontraba en aquellos momentos hablaban sin parar. El ruido alegre de las compra-ventas en el mercado tintaba el ambiente del más puro acorde musical, recitando para si la vida que nacía de dicho lugar.
Artículos exóticos, provenientes de distintas partes del mundo se concentraban allí cada mañana, aunque los más extraños y singulares emergían por las noches, en las posadas más recónditas de la ciudad. Relucientes, un millar de fulgores alumbraban, junto con los rayos del Sol, las calles de las que emergían cada vez más viajeros y comerciantes.
Varios niños corrían calle abajo, huyendo de un hombre al que le habían robado unas monedas de plata. Cuatro de ellos cortaron el aire cerca de mi cabello, pero uno chocó contra mi. Fue un golpe de suerte, al parecer otro más, pues tras disculparse educadamente, trató de tomar para sí, la pequeña bolsa de cuero llena de monedas de oro, colgada en mi cintura. Justo cuando lo intentó, le tomé del brazo y lo miré fijamente.
Me agaché y sin apartar la mirada de sus ojos le propuse un intercambio. Yo le daría para él y sus amigos mi bolsa con monedas de oro, a cambio de la bolsa que le habían robado al hombre que gruñía cada vez más cerca de nosotros. Pero debía prometerme que no lo volvería a hacer, o personalmente, regresaría cada día a esta ciudad para encontrarle y entregarlo a la guardia de la ciudadela. El pobre muchacho tragó saliva y con una voz amigable y un tanto aterrada aceptó. Justo después de cambiar las bolsas de cuero, se escabulló entre la multitud con un simpático: Gracias señor.
El hombre al que le habían robado se acercó a mi, y con calma le mentí. Dije que había cogido una bolsa de monedas pero no pude cazar a los ladronzuelos. El hombre, al comprobar que era su bolsa de cuero con las monedas de plata, se tranquilizó. Me agradeció la ayuda, y prosiguió hacia el centro de la ciudadela, donde junto a una gran fuente de piedra, se agrupaban los mejores mercaderes del lugar. Miré al cielo, busqué sobre mi cabello con mi mano y tomé de él una moneda de plata, una de las muchas que aquel hombre llevaba en su bola de cuero. Sonriendo, y lanzando al aire la moneda, me difuminé entre el gentío del mediodía.


"Realizar buenas acciones para ayudar a los demás está bien. Lo genial, es cuando puedes sacar provecho de ellas sin perjudicar a nadie.
Porque nadie dijo que ayudar no beneficiase a todas las partes."



Engel

lunes, 3 de marzo de 2014

Entrada nocturna MLXVIII

Un viento se alza entre una hierba que descansa sobre la tierra. No lleva nada consigo, solo se mueve, haciendo danzar un lienzo sobre gravilla que cubre las muescas de huesos pasados.

Él prosigue. No mira nunca atrás. No busca nada, ni a nadie, continua un camino que escribe con cada huella. Marca puntos en el tiempo, susurra al acero que acaricia su piel con el tacto frío del hielo. Arrastra su voluntad, su fuerza reside en aquello que destruye.

Un golpe sobre la madera. La luz se difumina. Los candiles que ahora, sostenidos por hierro forjado en los hornos de los herreros locales, gruñen ante su presencia. Dos golpes más. Un perro adormilado sobre un pequeño pescador junto al fuego de una chimenea meramente improvisada con piedras, alza sus orejas en busca de un sonido que lo llama. Tres golpes.

La pluma resquebraja al papel su incorpórea coraza, tatuando cada centímetro de él. La puerta del lugar respira, y una bocanada de aire nocturno perpetra el júbilo de varios cazarecompensas que han parado en una posada al pie de un acantilado.

Busco la única luz que queda. La doncella blanca lo acompaña mientras lo observo caminar. Impasible, solo continua. No importa quién se imponga, podrá tardar días, meses, años, pero siempre avanza.

No gira sobre sí, por ello no se volvió para apartarme de su camino.
Yo estaba justo delante de él. Caminaba con firmeza. El paraje, oscuro, acompañado del vacío del risco esperaba nuestro encuentro desde su formación.
No vi sus ojos pero estos veían mi interior. Su doncella sonreía, vestida de cristal, mientras seguía a la vera de él.

Su vestimenta, una coraza fina, seguida de una camisa grisácea abierta y ceñida a sus brazos, adornada por una vieja capa verde como la esmeralda y oscura como el fango. Un minúsculo chapoteo, golpeando el suelo bajo nuestros pies. Gotas, el cielo quería batallar.
Las caídas, ciñendose sobre nosotros como pequeñas notas de una caja de música. Pluma en mano, y temor en la otra caminé hacia él y su dama.

Iba a caer y aun así avancé. La noche no terminaría jamás para mi, y busque luz en su mirada perdida. Su avance no se detenía, pero no iba a ser yo quién culminaría su viaje, aun así quería enfrentarme a él.


El sonido cesó, pero la lluvia no amainó. 
Mirada ante niebla.
Sonrisa frente al temor.
Su espada contra mi pluma.
La ausencia en busca de respuestas.

Mi pluma comenzó a enorgullecerse de aquel ante quién se enfrentaba. Su espada descansó bajo una vaina, que teñida con roble, albergaba la fuerza de la palabra. No era sangre lo que por ella corría en el fragor de la batalla. No era muerte lo que ella acompañaba.

La ausencia entrevió la sensibilidad y la sonrisa de la palidez vistió el miedo. 

Su mirada surgió. La nada inundó mi ser. No había dolor. No había amor. No había calma. No había placer.


No había existencia...



Nada era lo que acompañaba a ese ser. Nada era lo que acarició mi alma con sus ojos. Solo la voluntad del poder.

Continuar. La voluntad, su voluntad. La propia voluntad de la inexistencia. Más y más. Superar más poder. Continuar hasta que la realidad la anhele. Hasta que mi cuerpo sea ella. Es mi pluma la que cubre mis labios con estas palabras. Pero nada es aquello que ahora me sigue.


Y él, otorgándome su don, continuó como siempre había hecho. Como llegó, se marchó. Pero su ausencia permanecería conmigo hasta que reclamase mi nombre.

Porque esa es la meta de la Nada. Continuar, ante el Todo y jamás flaquear su fuerza. Pues cuanto más inmenso sea este, mayor poder adquirirá esta cuando lo tome para si.

Es la voluntad de seguir. Su voluntad de poder.
Es existir sin ser realidad.

viernes, 24 de mayo de 2013

Sopor del polvo

Estruendosas melancolías que azotan nuestro inconsciente mientras dormimos. Vanos ruidos que nos incitan a contemplar una vez más nuestra hecatombe. E inmundas falacias que recuerdan a nuestros músculos, las palabras tan enrevesadas que debemos escribir. Si hemos de padecer delirios antropológicos, serán nuestros actos quienes nos condenen. 

Las épocas han cambiado desde el levantamiento del primer templo, y desgraciados somos por no haberlo destruido ya.
Se mata a conciencia, por un mísero Dios que proclama su nombre en favor de su justicia incuestionablemente irracional.
Ha de ser venerado aquel al que un reducido grupo de déspotas conservadores denominan Padre; pero antes preferirán la muerte, a verse sometidos ante la conciencia de su elegido.

El mundo muere, y a nadie le importa. Sin embargo, esto es totalmente diferente a que la gente muera, y al mundo le importe.

No nos importa si este mundo perece o no, mientras hallan recursos, no se otorgará respiro alguno a esta tierra que llora.
Se ha extendido demasiado el mito de que la última frontera de la mente humana, es la imaginación. Sin embargo, ¿cuál es el fin de este hecho?

Estamos acostumbrados a caminar por este vasto paraíso, pero existen muchos otros allí afuera, latiendo fuertemente como un joven corazón de león.

Todos ellos, al alcance de la mano, y tan lejanos en el vacío. Lo único que puede cuestionar si esos dulces de la vida pueden ser o no, sublevados por el ser humano, es nuestra imaginación. Es tal la magnitud que nuestra especie provoca en un lugar tan idílico como lo es una simple masa gigante compuesta por pura vida materializada, que con menos de una décima parte de vida de dicha maravilla, estamos a punto de llevar su contador de existencia a cero.

Lo somos todo para nosotros. Pero no somos nada para la muerte.
Mero polvo, pútrida existencia.

La mayor pena, es que la antagónica parte de nosotros está tan sumida entre las tinieblas que generamos, que nunca podrán llegar a relucir sus destellos más inocentes.

sábado, 23 de marzo de 2013

Cartas de un ente

Ésta serie de textos son un intento desesperado de un peculiar ente, por conseguir distraer durante unos simples minutos, el tormento que le persigue desde hace demasiado tiempo atrás...

"Ya casi no puedo recordar como vivía antes de conocerte, si acaso a eso se le puede denominar "vivir".

Estos últimos cinco siglos fueron extraños e inaceptables. Ni siquiera yo he sido capaz de imaginar las atrocidades que podían llegar a realizar los humanos por sus instintos territoriales. Créeme,  renunciaría a cualquier cosa, con tal de poder estar de nuevo junto a ti, en aquellos bosques en los que nos perdíamos hasta no ver la luz del Sol.
Allí, donde te cobijabas en mi lecho del ruido provocado por tus pensamientos que retumbaban en tu cabeza día y noche. Cada vez que una ráfaga de aire acariciaba tu bello y oscuro pelo, te acurrucabas más en busca de calor y seguridad ante lo que no podías ver, al estar plácidamente dormida.

Recuerdo esos días como si fueran...

El ayer.

El mundo a cambiado desde aquellos días. Ahora todas las personas que puedes observar, se multiplican sin control. Sobreexplotan todos los recursos, y esta vez, a nivel mundial. 
Antes, una pequeña parcela de treinta metros cuadrados, bastaba para alimentar al menos a cinco familias de cuatro componentes. Ahora, ni siquiera una plantación de ese tamaño puede saciar su hambre.

La gente se ha vuelto tan sumamente codiciosa, que llegan incluso a poner en peligro lo que ellos llaman sociedad. Han luchado tan en vano como mucho tiempo atrás lo hicieron. Y nunca aprenden la lección.
Esa, en parte, es una de las razones  por las que me alegro de que no estés aquí.

Por desgracia, de ese tipo existen muy pocas...

De nuevo, el poder es lo único que pone fin a cualquier asunto en este mundo plagado de parásitos. 
Nada ha cambiado. Excepto una cosa.
El arte de la guerra ha evolucionado muy considerablemente.
Al final de todo, la destrucción y el cáos es lo único que puede quedar en esta tierra.


Ojalá supieras cuanto añoro tu respiración. La necesidad de volver a acariciar tu pelo me mata por dentro. El hecho de observar como aspiras el aroma de tus preciadas peonías justo antes de lanzarmelas y echar a correr a través de los campos de trigo, o por la orilla de ese lago en el que no pude evitar abrazar tu cuerpo, cuando apareciste con tu cabello esparcido sobre tus hombros, brillante por el reflejo del agua ante la luz que proyectaba la Luna.
También echo de menos cuando te sorprendía estando colgado sobre los contrafuertes de los establos, cuando te tocaba dar de comer a los caballos y les recitabas la música que tu padre solía tararear cuando eras pequeña.
Mi suerte es mi propia perdición.

Esos recuerdos son tan tenues y claros que arden en mi piel cuando intente alcanzarlos. Mi cabeza es una tormenta que se debate entre la lucidez, o la osadía de romper las reglas del tiempo para poder estar junto a ti, el efímero momento en el que pudiera acariciar tus labios de nuevo.
Tiene incluso gracia...

El gran y cabezón Engel, sumiso ante los encantos de una joven humana. Las noticias en el reino de mi hermano abrían cruzado kilómetros volando, literalmente, para dar dicha buena nueva a tantos "pajaritos blancos" como pudiesen.

Él siempre supo que quería ser, y el por qué.

Cuando todo empezó, tanto él como yo tuvimos que escoger. Él, quiso ser el héroe, por eso escogió dicho camino de salvación eterna y totalitaria.
Yo, sin embargo, ni siquiera sabía que podría llegar a enamorarme de ti. Y escogí el otro camino. No quería quedarme quieto e intervenir cada trescientos o cinco mil años para encaminaros hacia el buen camino. 
Ese no es mi estilo, y lo sabes mejor que nadie.
Yo anhelaba poder ver la belleza que podría ofrecer La Creación. Quería formar parte de la armonía que la acicalaba cada noche para presentarse ante la vida y darse a conocer.
Y finalmente, acabé justo en el mejor lugar que podía existir. La mayor estancia que se difuminaba en el infinito, donde la belleza era tan clara, que el silencio que la acompañaba parecía un simple vestido de seda fina. 

La nada. El lugar más efímero y eterno que puede, de forma simbólica, existir.
Por desgracia para mi hermano, en su reino estalló la guerra por primera vez. 

Aquella, fue la primera de todas. Y la más dolorosa y caótica de todas."

Carta 1