viernes, 22 de febrero de 2013

El vacío entre nuestras manos

Queremos cometer los errores que elegimos en su momento. No sabemos cuando parar, pues parecemos estar negados a ver la claridad de dicha tierra que pisamos. Oscurecemos cuanto tocamos, creyendo que su roce calmará nuestras palabras. Ninguna de las emociones surgirá de nuestros profundos mundos interiores. Las zarzas que el corazón crea para separar el mundo de nosotros, han crecido demasiado alto. Y sus flores, son el ultimo resquicio de belleza que podemos observar. Cuando conseguimos levantarnos, volvemos a caer, pero esta vez sabiendo como alzarnos de nuevo. Buscamos con esperanza encontrar algún rincón dentro de nosotros que posea ese resquicio de paz que anhela la inocencia. Sin embargo, nuestras huellas se funden con la solitaria compañera que consigue observar sin estar presente; aquella que decide cuando ha de llegar la experiencia. Decididos a no regresar al frío terreno que nos mantuvo cuerdos en los días pasados, continuamos sin rumbo fijo, parasitando el aire, golpeando la fuerza, equilibrando la furia. Hallando los restos que las plagas royeron hasta deshuesarlos. Levantando sus conciencias, apoyando sus heridas con las nuestras, hasta devolverles aquella chispa que no nos fue concedida. Procuramos no caer de nuevo, pues el recuento cada vez se agranda más, y las almas parecen aflorar donde antes tan solo se concebía el miedo y lo perdido. Mirando de nuevo atrás observamos lo que nos plantean los hados para poder avanzar. Batallas que tan solo nosotros podemos lidiar. El egocentrismo programado, la selección de la variedad, la mutilación de la realidad, la caída de lo humano. Forjamos nuestro propio camino junto a un destino que no sabe a donde llegaremos, solo conseguimos caminar mientras el terreno sea firme. Nuestros ideales aclaman a nuestra moral. Las llaves que encierran nuestras emociones, carecen de utilidad en un trayecto que se renueva. Estas soportan una presión incomparable. Y todo cuanto está demasiado presionado, estalla, arremetiendo contra todo aquello que interponga su camino. Su fuerza, no reside en un solo corazón. Cualquier emoción, es el conjunto de muchos corazones unidos entre si, mediante lazos psíquicos conectados por las acciones que derivan de nuestra cabezonería de seguir caminando sin echarnos atrás. Soñamos con poder liberar las cadenas que nos atan a este pedazo de realidad. Unas ataduras que han de transportar junto con nosotros, la carga de lo que exige la sumisión por la cobardía. Exigimos libertad, y nos encadenan a unos derechos carentes de ligereza alguna. Amordazados, persistimos en nuestro empeño por escapar hacia delante sin dilación. Perecen nuestros sueños sin poder remediar su pequeño sufrimiento. Perdidos entre nuestro mundo y la vida, martirizamos el origen de nuestra existencia, en busca de un atajo que sea imparcial con dicho espectáculo, contemplado por los mismos que nos impartieron la desesperada sumisión, en contra de lo empíricamente correcto. Hartos de proseguir, muchos desfallecen en medio de la nada, mientras unos pocos ingenuos, estrellan la idea de retirarse, contra cualquier muro construido por sus emociones, con el fin de acallar su cuerpo, con el fin de conseguir su propia existencia. Los rayos que se avecinan son del color del vacío. Nuestros dedos continúan buscando algo que poder traer hacia sí, perseverando sin cesar. La luz, sin ser concebida por la soledad, emerge de entre sus propias cenizas como un Fenix surgiendo de las llamas proclamadas por sus esperanzas de coexistir con la muerte. Rozando su fulgor con nuestras yemas, el etéreo hueco entre ambas fuerzas consume la melodía perteneciente a las gargantas del cielo. Y descendiendo entre la oscuridad y el paraíso, atravesando las arduas fauces de la tierra, el miedo corrompió toda existencia....