miércoles, 23 de abril de 2014

El juicio

Una venda me cubría los ojos. Oscura, era lógico, no me permitía observar nada a mi alrededor. Oía voces, unas reverberando sobre otras. El espacio parecía compactado, el sonido era claro, y cada vez aumentaba más su fuerza, de modo que debía de hallare en una sala cerrada, no más grande de 50 metros cuadrados de superficie.
Estaba sentado sobre una superficie plana. Un par de golpecillos me dieron la respuesta: madera. Con estos datos podría determinar donde me hallaba.

No podría ser una iglesia, el espacio era reducido, y la gente no suele hablar de forma tan alta como yo escuchaba.
Tampoco podía tratarse de una comisaría, demasiada gente para una sola sala.
Pude descartar miles de opciones y todavía me quedaban muchas más que revisar.

Noté que mis manos estaban libres, de modo que la curiosidad me pudo.

Las alcé y con cuidado, deshice el vendaje que ocultaba mis ojos.
Para colmo, di con la opción más inesperada.


Una sala infinita como el horizonte se alejaba hasta dejar de verse. Estrados de jueces ocupaban cada rincón que mi mirada alcanzaba, y unos singulares seres ocupaban asientos frente a los estrados, absortos, susurrando entre ellos, pero en todo momento con sus ojos clavados en mi.

Para mi sorpresa, la venda que me dejaba ciego era blanquecina como la nieve.


Una voz aguda gritó a lo lejos: -Es un endeble, no sirve para nada mas que para atormentar.

Otra, más grave, gruñó a mi espalda: -¿Crees que podrías discernir entre lo que la realidad quiere y lo que tu realidad precisa?

De nuevo, la aguda voz, desde otra posición volvió a gritar:
-Deberías volver al seno que aquella mujer te dio. ¿Qué otra cosa podría ocurrirte? ¿Encadenarte de nuevo? Ya has estado encadenado muchas otras veces. ¿Que hay de malo en volver a estarlo? 

La voz grave, pero en mi nuca, susurraba esta vez: -El idiota vio a su hermana morir, justo en sus brazos. Señoras y señores, ¡él fue quién la mató! Por el penoso hecho de que ella era una debilucha, y se vio arrastrada hacia su posesión por aquél demonio. Y este plebeyo que ahora vaga como un muerto sin vida por nuestros lares, ha caído en nuestro Círculo, dejando entrever en sus ojos lo que hizo hace demasiado tiempo atrás. Matar a su propia hermana, porque no tuvo la fuerza de devolverla a su estado real. 






¿Debí haberme quitado aquella venda? Aquellas criaturas eran como espinas cada vez que hablaban. Sus palabras punzaban mis recuerdos: la muerte de Nea, sus lágrimas suplicándome que lo hiciera, mis manos manchadas de mi propia sangre mientras ella se acercaba a mi con aquella arma y su rostro, tornándose pálido, mientras aquellas marcas negras que le rodeaban el cuerpo se desvanecían, así como su último aliento decía: Gracias.

Levanté mi pesado cuerpo. Aquellos recuerdos siempre me habían mantenido en vilo cada noche, desde que ocurrió e incluso, después de que Aldia me encontrase.

¿Iba a permitir que un puñado de monstruos trajeados, dijeran lo que les parecía, tratando de sumirme en el sufrimiento más penoso que ellos podían crearme?

Alcé mi voz:

-No maté a mi hermana. Salvé a la única de mi especie que quedaba con las fuerzas suficientes para pedirme que la liberase. No maté a un demonio, ella lo hizo por mi. Ella tuvo la fuerza de hacer que yo la liberase. Y lo consiguió.

<<Pero yo hice algo más. Algo mucho más fuerte que lo que ella hizo incluso en su estado. Cerré el mismo mundo que esos parásitos trataron de arrebatar a mi gente. Y continué vivo. Viví, siendo el último de los míos. Creé el propio Vacío, y nadie puede ordenarme nada.


Los muros de la sala temblaron y aquellos seres comenzaron a chillar como locos. Miré fijamente a la venda que aun tenía en mis manos. La volví a posar sobre mis ojos.



Y el sonido cesó. Por completo.


Abrí los ojos, me hallaba delante de un muro. Había regresado a la realidad. Estaba a punto de ser ejecutado por un grupo de nazis, junto con otros presos, seguramente judíos.

La ironía de aquella situación era que no estábamos a principios del siglo XX. Sino en pleno año 2014.


El sobrenombre que los ejecutores llevaban reconfortaban a las masas. Se llamaban, políticos.



Suerte para mi que aquél día no me iba a despedir aun de la vida.
Para ellos, no tendrían que haber abierto los ojos esa mañana.


Enfrentarse al pueblo traer consecuencias.



Enfrentarse a un solo espíritu libre, supone la derrota a manos de su poder.


La sentencia la dicta el fuerte, no el líder.