viernes, 24 de mayo de 2013

Sopor del polvo

Estruendosas melancolías que azotan nuestro inconsciente mientras dormimos. Vanos ruidos que nos incitan a contemplar una vez más nuestra hecatombe. E inmundas falacias que recuerdan a nuestros músculos, las palabras tan enrevesadas que debemos escribir. Si hemos de padecer delirios antropológicos, serán nuestros actos quienes nos condenen. 

Las épocas han cambiado desde el levantamiento del primer templo, y desgraciados somos por no haberlo destruido ya.
Se mata a conciencia, por un mísero Dios que proclama su nombre en favor de su justicia incuestionablemente irracional.
Ha de ser venerado aquel al que un reducido grupo de déspotas conservadores denominan Padre; pero antes preferirán la muerte, a verse sometidos ante la conciencia de su elegido.

El mundo muere, y a nadie le importa. Sin embargo, esto es totalmente diferente a que la gente muera, y al mundo le importe.

No nos importa si este mundo perece o no, mientras hallan recursos, no se otorgará respiro alguno a esta tierra que llora.
Se ha extendido demasiado el mito de que la última frontera de la mente humana, es la imaginación. Sin embargo, ¿cuál es el fin de este hecho?

Estamos acostumbrados a caminar por este vasto paraíso, pero existen muchos otros allí afuera, latiendo fuertemente como un joven corazón de león.

Todos ellos, al alcance de la mano, y tan lejanos en el vacío. Lo único que puede cuestionar si esos dulces de la vida pueden ser o no, sublevados por el ser humano, es nuestra imaginación. Es tal la magnitud que nuestra especie provoca en un lugar tan idílico como lo es una simple masa gigante compuesta por pura vida materializada, que con menos de una décima parte de vida de dicha maravilla, estamos a punto de llevar su contador de existencia a cero.

Lo somos todo para nosotros. Pero no somos nada para la muerte.
Mero polvo, pútrida existencia.

La mayor pena, es que la antagónica parte de nosotros está tan sumida entre las tinieblas que generamos, que nunca podrán llegar a relucir sus destellos más inocentes.