El mayor de los instrumentos. El mismo Dios del mundo musical.
Capaz de calmar a cualquier alma. Sus pasos son las notas del pentagrama que contiene la canción de nuestras vidas.
Es ley universal: las canciones tristes eran, son y siempre serán las más preciadas por todos nosotros.
Es ley universal: ninguna melodía te calmará más que la voz del dulce Dios de la música.
Si puede calmarme, es merecedor de mi lealtad.
Calmar a una bestia que quiere saciar su sed...
Calmar a una bestia que atormenta a su portador...
Calmar a una bestia incontrolable...
Calmar al vicio, y transformarlo en silencio...
Calmar la ira, y transformarla en soledad...
Calmar la lujuria, y transformarla en desprecio...
Calmar el odio, y transformarlo...
¿En qué? Los monstruos no pueden sentir, son siervos de sí mismos.
Beneficiarse de los demás es su modo de vida.
Maltratar a su portador, mutilarlo, seducirlo, amedrentarlo, golpearlo, violar su mente, estallar sus emociones.
Corromper su alma. Congelar su corazón.
Y por supuesto, devorar y engullir toda existencia de inocencia.
Nada sacia más a una bestia que el manjar de una inocencia, el cuerpo de una débil e inocente portadora.
Pero que ocurre, cuando sabes que eres uno de ellos. La oscuridad te acompaña, la luz te debilita, y cualquier existencia de humanidad en ti se desvanece. Nada humano permanece en ti, ya eres parte de la tortura.
El monstruo que se apartó de la humanidad. El monstruo que vive solo, encerrado el lugar más insospechado de nuestro mundo. Él aceptó lo que era. Y por ello, se alejó de su modo de vida. Se hundió en un profundo mar de pensamientos, y jamás volvió a ver la luz del sol. Se aceptó, tal y como era, decidió tomar su elección.
El monstruo que jamás daño a una persona inocente.
Ahora, es el turno de la tentación. Ha decidido mover su pieza más poderosa, poniendo en jaque al monstruo.
Una persona...
Una inocente...
Una tentación para el monstruo...
Pero el monstruo poseía el movimiento definitivo contra su rival.
Poseía un piano...
Tocó con delicadeza la tecla más a la izquierda del majestuoso piano negro de cola. Una nota negra tomó su mano, y comenzó a componer la melodía más preciada, y jamás escuchada por la civilización.
La música envolvió a la muchacha, su fino vestido de seda blanca bailó al son de los compases. La tentación ya no era tentación, solo mostraba la pureza de la inocente chica de pelo oscuro.
El monstruo, ahora concentrado en componer la melodía de su vida, cerraba sus ojos mientras su naturaleza se desvanecía...
La muchacha de ojos verdes, consternada y a la vez sorprendida y emocionada, vio algo más que un monstruo. Vio mucho más...
Lentamente se acercó al gran piano de cola. Repentinamente, el monstruo dejó de tocar, aun con sus ojos cerrados. Ella posó su delicada mano sobre la tecla más alejada a la derecha del piano, y como hizo el piano con el ser que yacía inmóvil a su lado, una nota blanca tomó su mano, y comenzó a escucharse una melodía similar a la compuesta por el monstruo.
Fue entonces cuando ambos se miraron el uno al otro, y vieron la verdad...
El final de esta historia...
Ambos seres, aunque opuestos entre sí, tocaron la melodía de la vida eternamente.
No había odio...
No había tentación...
No había ira...
No había sed de ningún tipo...
No había nada...
Solamente, había música.
La melodía del piano.
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