jueves, 26 de julio de 2012

Gracias olvidadas.

Vagabundo soy, no lo dudes. Mi arco a la espalda llevo, cargando con su dulce cuerda de platino y su robusta madera de roble. Alas perdí, pero solo es un recuerdo olvidado. El polvo de los ciegos resuena en el viento, viéndose acorralado por aquellos que caminan buscando un lugar al que llegar, sin un por qué, ni ningún a donde.


Allí donde un trozo de corazón ha sido olvidado, yo lo recojo. Limpio las aglomeraciones de palabras que empañan su brillo escarlata. Acaricio los bordes por donde los dientes de la desconfianza y la desdicha han arrancado dicho pedazo de su verdadero lugar. Y por último, lo cobijo en mi interior, junto a los demás trozos de corazones perdidos, con la esperanza de que encuentre alguna de sus partes perdidas.


Pero la realidad es muy dura. El mundo al que pertenezco está teñido de colores que harían retorcerse de dolor a cualquier ser humano. Los caminos ya no son verdes y mezclados con el tono polvoriento de los caminos por los que muchos antes de nosotros, transitaban personas con alegría e inocencia. Las ciudades siguen tan grises como el día que fueron levantadas. Y las personas, tan cristalinas y transparentes como el día que fueron desterradas...


Aunque, el peor color de todos. El peor, es el negro de las esperanzas que albergaban aquellos corazones que ahora yacen rotos como los cristales de un espejo destrozado. Se hallan en las aceras de las calles, siendo aplastados miles de veces, por aquellos que un día los cobijaban. Se encuentran detrás de los cubos de basura, con miedo a volver a ser golpeados; en las cañerías, buscando la oscuridad del subsuelo, mezclándose con las ratas, pues su parecido con aquellas personas que los abandonaron, es innegable; otros   enferman de dolor, vagando cerca de los hospitales, buscando el carmesí de la sangre, recordando momentos mejores, donde ese liquido procedente del rubí, incendiaba sus entrañas con el amor y la pasión, y ahora, esos corazones lloran dicho brebaje.


Finalmente, los últimos que quedan, mueren en el olvido. Sus fragmentos son tan pequeños, que se pierden en la nada. Me llaman Cupido por recoger los corazones y dispararlos con mi arco. Pero no os confundáis.
Yo soy un simple vagabundo que deambula recogiendo esos trozos negros de corazones que necesitan ayuda. Ayudo a los olvidados, y mi arco los devuelve cuando los problemas que albergan son reparados.
Camino sobre los edificios, pues en ellos también quedan pedazos rotos de esperanzas.


La tristeza que esas personas sostienen, son cambiadas cuando mis flechas les devuelven lo que yo no poseo. Esas personas son ayudadas y la alegría de sus rostros llenos de esperanzas, son algo que gozo gustoso cuando mi trabajo termina con ellas.


Pero, ayuda, ayudar, ayudados, ayudadas...


Ayudo a miles de personas, pero....


Nadie puede ayudarme a mi. Es una maldición con la que debo cargar. Pues el precio por ayudar es muy caro, y alguien debe pagarlo.


Y es mejor que lo pague alguien que no merece la pena...

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