lunes, 3 de marzo de 2014

Entrada nocturna MLXVIII

Un viento se alza entre una hierba que descansa sobre la tierra. No lleva nada consigo, solo se mueve, haciendo danzar un lienzo sobre gravilla que cubre las muescas de huesos pasados.

Él prosigue. No mira nunca atrás. No busca nada, ni a nadie, continua un camino que escribe con cada huella. Marca puntos en el tiempo, susurra al acero que acaricia su piel con el tacto frío del hielo. Arrastra su voluntad, su fuerza reside en aquello que destruye.

Un golpe sobre la madera. La luz se difumina. Los candiles que ahora, sostenidos por hierro forjado en los hornos de los herreros locales, gruñen ante su presencia. Dos golpes más. Un perro adormilado sobre un pequeño pescador junto al fuego de una chimenea meramente improvisada con piedras, alza sus orejas en busca de un sonido que lo llama. Tres golpes.

La pluma resquebraja al papel su incorpórea coraza, tatuando cada centímetro de él. La puerta del lugar respira, y una bocanada de aire nocturno perpetra el júbilo de varios cazarecompensas que han parado en una posada al pie de un acantilado.

Busco la única luz que queda. La doncella blanca lo acompaña mientras lo observo caminar. Impasible, solo continua. No importa quién se imponga, podrá tardar días, meses, años, pero siempre avanza.

No gira sobre sí, por ello no se volvió para apartarme de su camino.
Yo estaba justo delante de él. Caminaba con firmeza. El paraje, oscuro, acompañado del vacío del risco esperaba nuestro encuentro desde su formación.
No vi sus ojos pero estos veían mi interior. Su doncella sonreía, vestida de cristal, mientras seguía a la vera de él.

Su vestimenta, una coraza fina, seguida de una camisa grisácea abierta y ceñida a sus brazos, adornada por una vieja capa verde como la esmeralda y oscura como el fango. Un minúsculo chapoteo, golpeando el suelo bajo nuestros pies. Gotas, el cielo quería batallar.
Las caídas, ciñendose sobre nosotros como pequeñas notas de una caja de música. Pluma en mano, y temor en la otra caminé hacia él y su dama.

Iba a caer y aun así avancé. La noche no terminaría jamás para mi, y busque luz en su mirada perdida. Su avance no se detenía, pero no iba a ser yo quién culminaría su viaje, aun así quería enfrentarme a él.


El sonido cesó, pero la lluvia no amainó. 
Mirada ante niebla.
Sonrisa frente al temor.
Su espada contra mi pluma.
La ausencia en busca de respuestas.

Mi pluma comenzó a enorgullecerse de aquel ante quién se enfrentaba. Su espada descansó bajo una vaina, que teñida con roble, albergaba la fuerza de la palabra. No era sangre lo que por ella corría en el fragor de la batalla. No era muerte lo que ella acompañaba.

La ausencia entrevió la sensibilidad y la sonrisa de la palidez vistió el miedo. 

Su mirada surgió. La nada inundó mi ser. No había dolor. No había amor. No había calma. No había placer.


No había existencia...



Nada era lo que acompañaba a ese ser. Nada era lo que acarició mi alma con sus ojos. Solo la voluntad del poder.

Continuar. La voluntad, su voluntad. La propia voluntad de la inexistencia. Más y más. Superar más poder. Continuar hasta que la realidad la anhele. Hasta que mi cuerpo sea ella. Es mi pluma la que cubre mis labios con estas palabras. Pero nada es aquello que ahora me sigue.


Y él, otorgándome su don, continuó como siempre había hecho. Como llegó, se marchó. Pero su ausencia permanecería conmigo hasta que reclamase mi nombre.

Porque esa es la meta de la Nada. Continuar, ante el Todo y jamás flaquear su fuerza. Pues cuanto más inmenso sea este, mayor poder adquirirá esta cuando lo tome para si.

Es la voluntad de seguir. Su voluntad de poder.
Es existir sin ser realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario